jueves, 2 de agosto de 2018

BERLÍN

¡Hola, literatómanos!
Como de costumbre, me paso por aquí de pascuas a brevas, aunque estoy preparando unas cuantas entradas para los meses de agosto y septiembre, así que pronto podréis leer alguna cosilla más en este blog.

La entrada de hoy es un poco diferente, porque, después de pasarme medio julio (literalmente) encerrada estudiando, por fin, ¡llevo ya dos semanas de vacaciones! Y estoy disfrutando muchísimo de ellas, de momento, y lo que queda pinta bastante bien. De hecho, la semana pasada hice un viaje a Berlín fantástico con unas amigas maravillosas, y sobre eso va la entrada de hoy. ¡Espero que os guste!

BERLÍN



Lunes, 23 de julio:
Recomendaciones útiles sobre vuelos: viajar a primera hora de la mañana o a última de la tarde para que salga más barato, y evitar, si es posible, volar el fin de semana. Además, saliendo temprano se aprovecha más el primer día, ¡todo son ventajas! Así que, aún de madrugada, despegó nuestro avión en Barajas y, algo más tarde de las nueve, aterrizamos en Berlín. Tras una noche sin dormir en el aeropuerto (malditos reposabrazos de la sala de espera), ya empezaba a notarse el cansancio. Vagabundeamos por la calle hasta que pudimos entrar en el apartamento, y, después de comer, fuimos a hacer la compra (sin encontrar la famosa máquina que te da 20 céntimos por botella de reciclaje, pero debía de estar).

Después, dimos un paseo en el que, entre otras cosas, visitamos la famosa Torre de la Televisión, el Ayuntamiento Rojo y el precioso Nikolai Viertel, o barrio de San Nicolás. Es un barrio súper cuqui, con un encanto impresionante y lleno de edificios bonitos, tiendas de recuerdos y calles y plazoletas por las que fácilmente puedes imaginarte a un duende dándose un paseo.


También aprovechamos para pasear por la vereda del río, un sitio con muy buen ambiente y unas vistas preciosas del atardecer. Y, de paso, encontrarnos 452 obras, porque Berlín en verano es una ciudad completamente plagada de obras.

Martes, 24 de julio:
Sin la excusa del agotamiento del viaje, y con bastante calor (me acordé de todas las personas que me dijeron que en Alemania iba a hacer fresquito), tocaba empezar el turisteo de verdad. Y empezó, lógicamente, con un Tour por el barrio céntrico y monumental de Berlín. Yo, que le tenía un poco de miedo a las visitas guiadas (me he topado con unos cuantos guías bastante aburridos), acabé aprendiendo y disfrutando muchísimo. Nuestra guía era dinámica y bastante agradable.

Empezamos viendo la famosísima puerta de Brandemburgo, con la diosa de la Victoria mirando a la Plaza de París. Una plaza curiosa, la verdad, la más emblemática de toda la ciudad, donde los berlineses protestan y celebran lo bueno y lo malo. 

También visitamos el Memorial del Holocausto, un conjunto de miles de bloques de piedra de distintos tamaño y dimensiones, del que se han dado todo tipo de interpretaciones.Al principio, parecen tumbas en las que puedes sentarte (lo que está prohibido es ponerse de pie), pero a medida que vas avanzando, las piedras se hacen más y más altas, superando con creces la altura de una persona. No se ve la luz del sol, y, a veces, tampoco a las personas con las que vas. Muy impresionante, la verdad. 

Recorriendo el Memorial

Después, seguimos paseando por la ciudad, hasta que llegamos a los restos del Muro de Berlín. Hay varios trozos conservados por la ciudad, y este, en concreto, está al lado de una exposición llamada "Topografía del Terror", de la que ya hablaremos más adelante. Está tal y como quedó, después de que esa noche de 1989 la gente se tirase encima de él con picos, palas y unas ganas impresionantes de libertad y reencuentro con sus seres queridos. 

La siguiente parada fue el Check-Point Charlie, otro punto imperdible. Por ahí era por donde, quienes tenían visado (los berlineses nunca lo tenían), podían pasar de un lado a otro del muro. Ahora hay una cuantas banderas, unos señores disfrazados de soldados estadounidenses y rusos dispuestos a hacerse fotos contigo a cambio de uno de tus riñones, y unas fotos de los verdaderos soldados colgadas de los cables de la luz.

Después de visitar toda esta zona, y de hablar mucho de nazis, soviéticos y la Alemania dividida de posguerra, fuimos a la zona más antigua, que resultó ser mucho más bonita de lo que esperaba. La Plaza de la Tolerancia se convirtió, ipso facto, en uno de mis lugares favoritos, con su palacio de la ópera y las dos catedrales gemelas, una en frente de la otra. Es que, hace mucho tiempo, en Berlín hubo un rey que se dedicaba a atraer a la gente perseguida por motivos religiosos en otros países, y a embellecer la ciudad construyéndoles catedrales. Es una plaza monumental, que impone y enamora al mismo tiempo.
Panorámica de la Plaza de la Tolerancia
También vimos la Plaza de la Intolerancia, que está bastante cerca, y que se llama así porque fue el escenario de la penosa quema de libros a manos de los nazis. Los sacaron del Archivo de la Universidad, que está en esa misma plaza, y los quemaron en medio de la plaza. Cuando recorres Berlín, es imposible no encontrarse con este tipo de cosas. Berlín es un libro abierto de la memoria histórica. 

También pasamos por la sede de una Universidad, un edificio precioso con muchas esculturas, y por una obra que lleva ahí desde los años 90. La última estación fue la Catedral de Berlín, un edificio precioso con su correspondiente andamio en una de las torres (como no), en cuya cúpula está la cripta de la familia que "fundó" Berlín. Es un lugar precioso, con una fuente en frente en la que los niños suelen bañarse. Por cierto, algo que envidiar a los niños alemanes es la posibilidad de bañarse en una fuente.

Por la tarde, ya sin guía y por nuestra cuenta, después de esta sesión tan interesante, pero espesa, de historia, visitamos el antiguo barrio judío. Salvo un callejón (os hablaré de esto más adelante, porque tiene una historia flipante), ahora está lleno de tiendecitas muy cucas, una zona muy comercial y con edificios muy elegantes. Pero, como recuerdo de lo que pasó, en muchos lugares podemos encontrar unas plaquitas doradas con nombres y apellidos: están en frente de las casas donde vivieron los judíos asesinados.
Berlín es la ciudad de la Historia, y también de la Memoria.
Estuvimos callejeando por la zona, e intentando visitar algunos edificios interesantes, como una sinagoga y una iglesia, pero no fue posible: nos encontramos con el obstáculo de los horarios alemanes: a las seis de la tarde, se acaba el horario de visita en muchísimos lugares. Así que no nos quedó más remedio que seguir recorriendo las calles, que no tienen ningún desperdicio, e incluso aprovechamos para entrar en una librería gigante donde, además de libros, vendían miel, comida, recuerdos y, prácticamente, todo lo imaginable.

Miércoles, 25 de julio:
Os había hablado ya de la "Topografía del Terror", una exposición sobre la represión y propaganda nazi situada entre los restos del muro de Berlín. Fue nuestra primera visita del miércoles, y lo cierto es que es imperdible. Se pueden ver los carteles de propaganda nazi, cómo fueron convenciendo y atemorizando a la población alemana, cómo sembraron el odio... Y, todo esto, sin justificar en absoluto a estos seres detestables. Algo que me llamó especialmente la atención fue oír la grabación de un juicio en época nazi, que, básicamente, se basa en un señor gritando en alemán como un verdadero poseso, y no permitiendo al acusado pronunciar una sola frase seguida.


Después, fuimos a Postdamer Platz, una plaza que estuvo dividida por el muro de Berlín, del que quedan cuatro trozos, decorados por grafitis bonitos, grafitis no tan bonitos y, sobre todo, chicles pegados. Hoy es un lugar emblemático de Berlín, donde se encuentra, entre otras cosas, el primer semáforo, que ya no funciona como tal, pero que es bastante bonito. Es otro lugar muy turístico y bonito, donde las fotos, por cierto, quedan preciosas.


Antes de comer, volvimos a pasarnos por el Memorial del Holocausto, para visitar el centro de documentación que hay debajo de las piedras. Es sobrecogedor, con cartas de judíos a sus seres queridos, testimonios reales y bastante información que está en dos idiomas: inglés y alemán. Por cierto, con el inglés puedes defenderte muy bien por Berlín. Nunca subestiméis el poder de este idioma a la hora de viajar por Europa.

Por la tarde, después de comer, empezamos la que sería una de nuestras principales actividades durante el viaje: visitar parques. ¡Y qué parques! Porque son parques interminables, verdaderos bosques en el corazón de la gran ciudad, cargados de monumentos y de paisajes de postal. El primero fue Tiegarten, con la emblemática columna de la Victoria, y Memoriales de otras víctimas del genocidio nazi: homosexuales, gitanos, discapacitados... Todo en un parque verde y frondoso que, en esos momentos, tenía una clarísima ventaja: los árboles y la sombra que nos dan.

El Memorial del Pueblo Romaní, que me pareció especialmente entrañable.
También en ese parque hay un Memorial a los soldados soviéticos caídos en la batalla de Berlín. De verdad, es imprescindible visitar los monumentos soviéticos de esta ciudad, porque son absolutamente impresionantes, imponentes. Y, para ello, tuvimos que practicar algo en lo que ya teníamos algo de experiencia: cruzar la calzada "a lo inmortal". En Berlín encontrar un semáforo o paso de peatones es misión imposible, aunque, por fortuna, no hay mucho tráfico. Eso sí, ¡ojo con las bicicletas!
Vista panorámica del imponente monumento soviético de Tiegarten.
Después, cogimos el metro para llegar a otro parque emblemático: Treptower Park. Allí es donde está el gran monumento de guerra soviético, que es todavía más impresionante (y menos visitado) que el anterior. Está cargado de simbolismo, y todavía hay flores frescas a modo de homenaje.


Aprovechando el billete de metro, llegamos hasta la East Side Gallery, o, en lenguaje coloquial, el "muro de las pintadas". Es ahí donde están algunos de los grafitis más conocidos del mundo, un grito a viva voz en favor de la paz y de la convivencia, y en contra de nazis, divisiones  guerras. En definitiva, es un refugio de buen rollo, y merece la pena recorrerlo y meterse e ese ambiente. Por cierto, además de grafitis muy artísticos, hay pintadas más normales, y hay gente que aprovecha para firmar y dejar su mensaje, cada uno en su idioma natal.


Terminamos el día cenando una hamburguesa en un lugar llamado Burguer Meister. Dicen que son las mejores hamburguesas de Berlín, y, tras probarlo, yo me lo creo. Eso sí, tienen otro récord: la cola más larga que he esperado en mi vida para comerme una hamburguesa. Por cierto, no es nada caro.

Jueves, 26 de julio:
Quizá este fue el día más duro de todo el viaje, porque la visita de esa mañana es de las que te dejan, emocionalmente, tocada. Al mismo tiempo, es muy necesaria e interesante. Estuvimos en el campo de concentración de Sachsenhausen, situado en la ciudad de Oranienburg, a unos 40 km de Berlín. Fue una visita guiada, con un guía que era completamente incansable.
"El trabajo os hará libres". Ya, sí, claro.
Lo primero que quiero decir es que Sachsenhausen no es Auswitch, no vais a encontraros un cubo lleno de pelo ni otros elementos especialmente morbosos. Pero es importante, porque fue el primer campo de concentración, el modelo de todos los demás, y cada detalle está diseñado para anular por completo la voluntad y la moral del prisionero. Fue liberado por los soviéticos en 1945, cuando ya se había convertido por completo en un campo de exterminio, y siguió funcionando como un campo de concentración soviético hasta 1950. Después, se convirtió en un vertedero, donde la gente iba a buscar ladrillos para hacerse su casa, hasta que a alguien se le ocurrió recuperarlo para honrar a quienes habían sido asesinados en él. Y para recordar que eso no debe volver a suceder.

La visita es atroz. Ver las condiciones en las que llegaban a vivir los prisioneros, las máquinas de matar sistemáticamente sin tener que mirar siquiera a los ojos de la víctima, enterarse de tantos detalles, del nivel de sadismo al que llegaron los nazis. De la jerarquía que había entre los propios prisioneros, y de cómo la población general fue acostumbrándose a vivir con el horror por vecino.

Salimos de ahí cubiertas de sudor, cuestionándonos muchas cosas y con el corazón encogido. Porque no, no podemos permitir que vuelva a pasar algo así. Por cierto, si pretendéis visitar un lugar así, no os dediquéis al postureo sin sentido. Sé que es historia y es pasado, pero es bastante "chocante" ver a una persona haciéndose fotos con los restos de un crematorio de fondo. Por favor, no lo hagáis.

Después de esto, decidimos ir a uno de los lagos que hay en medio de la ciudad, para darnos un baño refrescante. Tras haberme pasado medio julio estudiando, puedo decir que mi primer baño del verano fue en un lago de Berlín. Y que el agua está más calentita que en Sanabria o en nuestros mares del Norte. Si hay algo que me encantó de esta ciudad es la facilidad para encontrarte un remanso de naturaleza en medio de todo.


Al atardecer, estuvimos en el aeropuerto de Tempelhof. Es un aeropuerto abandonado, cuyas pistas se han convertido en un parque donde la gente puede ir a cantar, pasear, hacer deportes y volar cometas. Y es que tiene que ser flipante patinar por una pista de aterrizaje que aún conserva las líneas y pinturas correspondientes. Fue uno de los mejores anocheceres que he visto nunca, y es un lugar que os recomiendo encarecidamente que visitéis. Un paseo por ahí merece la pena.

Pasear por las pistas es una experiencia inigualable.
Terminamos cenando en el Curry 36, donde, por fin, probamos las salchichas alemanas. Está en un barrio que no es demasiado turístico, y siempre que viajamos está muy bien salir de la zona más céntrica y visitada de nuestro destino. Aunque solo sea un poco. Permite entender un poco más el lugar al que estamos viajando.

Viernes, 27 de julio:
Teníamos reservada la visita al Museo del Pérgamo. Es un museo muy recomendable, y, si alguien pretende ir, recomiendo reservar siempre la entrada por Internet, con fecha y hora. No tiene coste adicional, y permite evitar la cola interminable a pleno sol.

Me habían hablado del Pérgamo como "el Louvre de Berlín". Es un museo de historia antigua, donde puedes ver colecciones de arte griego, mesopotámico, islámico... Me llamaron especialmente la atención la puerta de Babilonia, el mercado de Mileto y la habitación de Aleppo. También hay collares de piedrecitas, vasijas, esculturas más pequeñas e incluso un taller para los niños. Otra cosa es que me sorprendió fue encontrarme unos cuantos azulejos de la Alhambra en exposición. Aunque no es de extrañar, ¡es una de las Maravillas del Mundo!

El mercado de Mileto.
Es bonito, pero me supo a poco por no poder visitar la zona más bonita y conocida: la galería del Pérgamo y el altar de Zeus. ¿La razón? Bueno, estaba en obras. ¿He dicho ya que Berlín en verano es una obra gigante?

Cuando salimos de allí, seguimos pateando las calles de Berlín, y llegamos hasta el centro de documentación del Muro. Lo mejor fue subir a la azotea, desde la que se puede ver un pedazo de muro conservado tal y como estaba. Quiero decir, el doble Muro y la temible franja de la muerte, con su torreta de vigilancia y sus farolas. Y me resulta extraño pensar que todos los berlineses de mi edad hayan crecido con historias de sus padres sobre una ciudad en medio de la cual había una frontera infranqueable.

La zona soviética sería la del fondo, donde la Torre de la Televisión; la occidental, la de tranvía. Entre los dos muros, la franja de la muerte.
Nuestra siguiente parada fue la Torre de la Televisión, en Alexander Platz. Ya la habíamos visto el primer día (realmente, se ve continuamente, desde cualquier lugar, no en vano es el edificio más alto de la UE), pero, en esta ocasión, íbamos a subir. Para que os hagáis una idea de lo alta que es, en el ascensor sientes una sensación parecida a la del despegue y aterrizaje de un avión. Desde arriba, se ve todo Berlín, desde todos los ángulos posibles. Y, algo más arriba, hay un restaurante giratorio donde, si estás dispuesto a arrancarte un ojo de la cara, puedes tomar algo mientras disfrutas del panorama. Sobra decir que nosotras no lo estábamos.
Las vistas desde la torre
Finalmente, nos dimos una vuelta por la Alexander Platz, aprovechamos para entrar al Primark, visitar el famoso reloj mundial y el mercadillo que había montado por allí. Es una plaza ideal para pasar un rato tranquilito, comprar recuerdos y disfrutar del ambiente. Por cierto, había por allí actuando un mago en un perfecto espanglish, porque los españoles, turistas o no, abundamos en Berlín.
Reloj mundial
Por la noche, aprovechamos para dar un paseo por las calles de Berlín, y ver la emblemática puerta de Brandemburgo de noche. Por la plaza de París, a esas horas, puedes encontrarte los más curiosos transportes para turistas: desde coches de caballos con luces, hasta una especie de cama a pedales. Hay muy buen ambiente, bastante gente y, además, refresca, lo que, en pleno julio, es de agradecer.


También llegamos a la Postadmer Platz, para visitar el Sony Centre, con su cúpula que se ilumina y va cambiando de color. Las calles y edificios de Berlín de noche, con sus luces y alumbrados, merecen, sin ninguna duda, una visita.


De vuelta a casa nos dimos cuenta de que el montón de gente sentada en los bloques de piedra del Memorial del Holocausto no estaba, simplemente, tomando la fresca. Estaban disfrutando del famoso eclipse de la Luna de Sangre, en uno de los pocos lugares céntricos donde el lucerío no impedía poder verlo. Así que decidimos unirnos a ellos y contemplar el eclipse desde un lugar tan peculiar. Desde luego, fue una bonita experiencia.

La Luna de Sangre.

Sábado, 28 de julio:
Si bien Berlín es una ciudad con su encanto, y sumamente interesante desde el punto de vista histórico, es cierto que, quizá, no sea la ciudad más bella y preciosa de Europa. Por eso, el sábado visitamos Postdam. Postdam es una pequeña ciudad a unos cuantos kilómetros de Berlín, llena de palacios y jardines que merece la pena ir a ver.


Recorrimos interminables senderos y caminos, yendo de unos jardines a otros. Me gustó especialmente la Casa China, tiene un encanto inigualable. Entrar dentro de los palacios implica pagar una entrada, y nosotras solamente entramos en uno de ellos: el palacio de Sanssouci. La decoración es espectacular, y me llamaron especialmente la atención las habitaciones de invitados. Fue construido por Federico II el Grande, un rey de Prusia con una gran inclinación hacia las artes. Tristemente, no tengo fotos, porque, para poder hacerlas, es necesario pagar un precio especial.

La Casa China, resplandeciente.
Por la tarde, teníamos reservada la hora para subir a la cúpula del Reichstag (Parlamento alemán). Esa hora coincidió con la única tormenta que vimos en todo el viaje. Pero, ¡menuda tormenta! Durante unos minutos, llovió como si tirasen agua con cubos desde el cielo, y esto provocó que se cancelara el Orgullo LGTB, que se estaba celebrando justamente al lado del Parlamento.

Así que salimos del metro a contracorriente, mientras gran parte de la gente que estaba en el Orgullo entraba corriendo a refugiarse de la lluvia, y corrimos a toda pastilla hasta entrar en el Reichstag, donde hay tantos controles de seguridad como en un aeropuerto. Encima de la sala de plenos, hay una cúpula transparente por la que se puede subir e ir contemplando las vistas de todo Berlín. La subida es gratuita, pero hace falta pedir cita para poder ir, y que todos los miembros del grupo lleven el DNI. 

La pena fue que, debido a la lluvia, las vistas eran un poco borrosas, pero, aún así, podían apreciarse la mayoría de los edificios. Eso sí, los relámpagos de fondo le daban un aire único y algo sobrecogedor, que también tiene su encanto. En el centro de la cúpula hay una columna llena de espejos, y, si miras hacia abajo, pueden verse los asientos de la sala de plenos. También se puede salir a una especie de terraza, desde la que también se aprecian unas vistas interesantes.


Después de esto, intentamos llegar hasta el Orgullo LGTB, para apoyar la reivindicación y ver el ambiente, pero, por culpa de la lluvia, y aunque ya había escampado, apenas quedaba nada, más allá de unos pocos borrachos, las ambulancias y coches de policía. Que, por cierto, el volumen de las sirenas provoca dolor de oídos cada vez que se acerca un vehículo de emergencias en Berlín.

Domingo, 29 de julio:
Nuestro último día en Berlín. Nos desplazamos hasta la zona de Charlottenburg para visitar varios lugares interesantes. El primero de ellos fue la Iglesia Memorial Kaiser Wilhelm. Esta iglesia quedó destrozada por las bombas de la II Guerra Mundial, y ahora se ha convertido en un museo. El culto luterano ha quedado trasladado a un edificio más nuevo justamente al lado.

También hemos aprovechado para pasarnos por el Hard Rock Cafe, y también hemos encontrado una tienda de Navidad. Sí, estaba abierta en pleno julio. Los berlineses adoran la Navidad, y en esas fechas celebran uno de los mercados navideños más espectaculares que existen. Pero, incluso en días de verano, no falta algún tipo de referencia a la Navidad en la calle.

Tiendecita navideña.
Después, llegamos hasta el palacio de Charlottenburg, un gigantesco edificio monumental que también tiene unos bonitos y amplios jardines, con sus fuentes, su estanque y muchísimas esculturas bonitas. No accedimos a su interior, para lo que es necesario pagar una entrada. Por suerte, los exteriores son gratuitos.


Comimos en Mauer Park, un parque donde cada domingo se celebra un gran mercadillo. Además de todo tipo de puestecillos, podemos encontrar a muchísimos artistas callejeros, espectáculos, gente bailando... En definitiva, un lugar muy alegre y divertido, de muy buen rollo, al que los berlineses acuden para relajarse en su día libre.

Por la tarde, teníamos reservado un tour alternativo por Berlín. Nunca había hecho algo así, y ni siquiera sabía que podía esperarme. Nos encontramos un recorrido por la historia del movimiento okupa de Berlín, muy influenciado por la construcción y posterior caída del Muro, y nociones sobre la capital del tecno y la fiesta berlinesa. Tristemente, no hubo tiempo para conocer la fiesta de Berlín en primera persona, porque todas las noches estábamos demasiado agotadas.

Visitamos de nuevo el barrio judío, que, tras la construcción del muro, fue un barrio alternativo lleno de okupas, artistas y gente relacionada con el mundo de la cultura. Ahora es un barrio bastante lujoso, y de esa historia solo queda un callejón lleno de grafitis, algunos de ellos bastante espectaculares. El arte callejero, ese precioso desconocido.

Callejón alternativo del barrio judío
También pasamos por las puertas de distintos clubes de tecno de la ciudad, y aprendimos la regla básica de la fiesta berlinesa: a peor pinta tenga un lugar, mejor estará por dentro. Además, si quieres ser admitido en un club de tecno, debes de aprenderte el DJ y la fiesta que hay esa noche, ir en grupos de menos de tres personas y tapar la cámara de tu móvil, porque dentro está prohibido hacer fotos.

Lo último que visitamos fue el barrio turco, un barrio muy sensible con ciertos temas sociales. Por allí, además de ver varios grafitis (muchos de ellos muy críticos con nuestra sociedad), pudimos observar cómo está cambiando la ciudad, y cómo los berlineses luchan por evitar que ciertos cambios amenacen el modo de vida de las personas más vulnerables.

Última vista del tour alternativo.
En resumen, una forma de darte cuenta de que, además de una ciudad donde hay turismo, Berlín es una ciudad que está viva.


Globalmente, ha sido un viaje muy completo y muy interesante, que nos ha permitido descubrir desde lo más turístico hasta otros lugares menos concurridos. Y que tenía muchas ganas de compartir con vosotros. ¿Un consejo? Siempre que podáis viajar, hacedlo. Y, siempre que viajéis, no os olvidéis de intentar comprender vuestro destino.

Como de costumbre, os invito a comentar si os ha gustado esta entrada, y si os gustaría ver más cosas así en este blog. ¿Alguno de vosotros ha estado o planea estar en Berlín? ¿Y estáis preparando algún viaje para estas vacaciones?

¡Hasta pronto, literatómanos!

P.D. Las fotos son propias, ¿os gustan?
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domingo, 3 de junio de 2018

Película: Sufragistas

¡¡Hola, literatómanos!!
¿Qué tal os va? A mí la verdad es que me ha pasado de todo. En este cuatrimestre, he estado completamente ausente de Blogger (en Twitter he seguido dando la tabarra) por muchas razones. La principal es que no me da la vida. Y es que en estos meses me ha pasado de todo. He vivido algunos momentos muy importantes de mi vida. Algunos de ellos, muy tristes; otros, más alegres. El caso es que al revoltijo de mi vida personal se le han sumado los estudios, que se han puesto verdaderamente complicados, y no he tenido mucho tiempo para mis hobbies.

No obstante, estoy de vuelta. No sé si voy a poder ser muy regular, no creo que haya publicaciones con mucha frecuencia, pero espero no volver a dejar esto parado durante tanto tiempo.

Respecto a esta entrada, quiero decir que tenía previsto publicarla alrededor del 8 de Marzo, Día de la Mujer Trabajadora. Pero acabó resultando completamente imposible, porque a veces hay prioridades absolutas que están por encima de todo lo demás. No obstante, más vale tarde que nunca, y aquí os traigo la reseña de una peli maravillosa.

"Sufragistas" es una película que tuve la oportunidad de ver en la residencia donde vivo, y que está basada en una historia real, de las que rompen el corazón. ¡Espero que os resulte interesante!





Título: Sufragistas
Dirección: Sarah Gavron.
Guión: Abi Morgan.
Reparto: Carey Mulligan, Helena Bonham Carter, Meryl Streep...
Duración: 106 minutos.
País: Reino Unido.
BSO: Alexandre Desplat.



Inglaterra, principios del siglo XX. Años antes de que estalle la Primera Guerra Mundial, las mujeres exigen sus derechos políticos, más concretamente el derecho a votar. Las sufragistas inglesas están divididas entre las que defienden las protestas pacíficas, y las que luchan contra el gobierno sin piedad.

En esta historia sobre los primeros movimientos feministas, encontramos a Maud Watts (Carey Mulligan), una joven luchadora de la clase obrera, explotada en una lavandería desde niña. Al ver que su protesta de manera pacífica no tiene resultados, Maud decide radicalizarse hasta el punto de utilizar la violencia para forzar el cambio y conseguir el derecho al voto. En su lucha por la dignidad y la de sus compañeras, la joven no pondrá solamente en riesgo su trabajo, su familia y su hogar, sino también su propia vida.




Por dónde empezar. Desde la primera escena de esta película, sabes que lo que vas a ver te va a dejar marca. Y es que menuda historia, desde luego. Y cuando piensas que está basada en hechos reales... Los pelos como escarpias, de verdad. Porque es increíble por todo lo que pasaron estas mujeres, y todo lo que les debemos a ellas.

La película cuenta la historia de Maud. Maud empieza la película con la cabeza baja, del trabajo a casa, donde sigue trabajando y atendiendo a un hijo y a un marido que, de puertas para dentro, aporta lo mismo que un saco de patatas. Ella tiene un trabajo de los del siglo XIX, en el que los derechos laborales eran algo así como los unicornios, que no existen. Era explotada y, para colmo, si se quejaban, la miraban mal.

Una de las compañeras de Maud se hizo sufragista, y ahí empezó todo. Porque la chica sufragista, en un principio, era una loca, que llegaba tarde, gritaba y tiraba papeles al aire. Pero a Maud algo de su discurso le empezó a llamar la atención, y, por eso, decidió unirse a ella. Al principio, yendo a meras reuniones, escuchando y sin saber muy bien qué decir, ni siquiera qué pensar. Es lo que tiene que no te hayan dejado nunca tener ideas propias. Pero la semilla está plantada, y pronto Maud se convertirá en una activa y valiente sufragista.


La defensa de sus ideas la llevará a verse en situaciones muy duras, y a perder muchísimo. Sí, os romperá el corazón. Hay situaciones muy crueles en esta película. Recuerdo una escena en concreto (me escuece el spoiler en la punta de la lengua) en la que estábamos toda la sala llorando a lágrima viva. Porque hay injusticias, y están retratadas tan bien que se sienten como si fueran propias.

Hay muchísimas cosas en la película que, más que gustarme, me han inspirado. Como la sororidad, la forma de apoyarse entre ellas que tenían las sufragistas, su forma de cuidarse cuando tenían todo en contra. Es una maravilla, de verdad. También me ha encantado la evolución de Maud, y de tantas como ella, como acaba respondiendo y sacando una fuerza que, al principio, ni nos habríamos imaginado.


Algo que hay que destacar también es la interpretación fantástica que ha hecho todo el equipo. Los actores resultaban completamente creíbles, se metían en el personaje. Y eso tiene un mérito especial, teniendo en cuanta las emociones tan fuertes que se vivían en la película. Recuerdo que tuve la oportunidad de leer una entrevista a una de las actrices principales, en la que explicaba cómo se habían preparado para actuar. Y hay un trabajo impresionante detrás, sobre todo en las escenas más impactantes.

La grabación, los efectos especiales, la iluminación... Todos los detalles están muy bien cuidados. Esta película es un verdadero regalo, de verdad, una delicia. Te revuelve las entrañas por dentro y te deja con una sensación agridulce. Sí, porque el final es verdaderamente sobrecogedor. Y lo más fuerte es que está basado en hechos reales. Para bien y para mal.


Me ha impactado un montón la forma de luchar. Muchas veces, ciertas personejas tienden a decir que ojalá feministas como las de antes, porque las de ahora somos violentas. Yo me río en su cara, porque no saben que estas mujeres explotaban buzones y quemaban cosas. Porque desconocen por completo toda su historia, reconocen algunos nombres anecdóticos, pero se olvidan de todas las mujeres pobres que hubo detrás, que dieron su vida y su felicidad en nombre de la causa, pero vivieron en la miseria y ni siquiera se las recuerda. Esta película es un homenaje a todas ellas, y es muy necesaria.


Y hasta aquí la reseña de hoy. Como siempre, os invito a comentar si habéis visto esta película, si os ha gustado, si conocíais la historia de las sufragistas... Sea como sea, os recomiendo completamente esta película.
¡¡Hasta pronto, literatómanos!!
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miércoles, 31 de enero de 2018

Reseña: Sueños de piedra.

¡Hola, literatómanos!

¿Qué tal os va? Yo ya he empezado las clases del segundo cuatrimestre. Y, aunque acabe de comenzar, tengo la sensación de que ya estoy hasta arriba. Por cierto, antes de empezar con la reseña, me gustaría decir, así de estrangis, que me parece que a determinadas joyas de la universidad se le debería de exigir un poquito más en lo que a docencia se refiere. Porque, aunque todo me ha ido bien, alucino bastante. Ya está.

Hoy os traigo la reseña de un libro que me ha emocionado, y que me ha enganchado como hacía tiempo que no lo hacía ninguno. Tenía muchísimas ganas de leerlo, tanto este libro en concreto como a las autoras. Y encontré la ocasión así de imprevisto, cuando me lo dejó una amiga genial, con todos sus post-its y dedicado por las mismas escritoras (que amor de dedicatoria, por favor). Tengo que adelantar que, pese a que hace casi un mes que lo terminé, la reseña va a estar llena de fangirleo por mi parte, porque esta historia lo merece. 




Título: Sueños de piedra.
Autoras: Iria G. Parente y Selene M. Pascual.
Editorial: Nocturna Ediciones.
Ilustradora: Lehanan Aida.
Fecha de publicación: 2015.
Número de páginas: 573.


Érase una vez un reino muy, muy lejano donde un príncipe premió a un mago por ayudar a rescatar a una joven en apuros.
Encantador. Lástima que nada de esto sea verdad. 
En realidad, el príncipe sueña con gloria y venganza; el mago, con que sus hechizos no sean siempre un desastre; y la joven en apuros, con huir de un pasado que la atormenta... y del recuerdo de un hombre al que ha matado.
Érase una vez...



Como ya imaginaréis por lo que he comentado antes, esta va a ser una reseña positiva. Tanto, que podría resumirse en que tenéis que leer esta novela. Leedla, tengáis la edad que tengáis, seáis como seáis, regalad este libro a los adolescentes y a los más adultos. Es la historia, que es maravillosa, pero también es el mensaje que contiene.

No necesitas ningún hechizo para hacer realidad todo lo que desees. Sé que tú puedes conseguirlo por ti misma. Sé que puedes ser todo lo que te propongas. No dejes... No dejes que nadie te haga creer lo contrario. Yo creo en ti. ¿Significa eso algo?
Empecemos por el principio. ¿De qué va este libro? Bien, es una historia de un mundo fantástico, medievaloide, con príncipes herederos en sus castillos, hechizos y criaturas mágicas pululando por ahí. Fantasía de la buena, sí señores. En este mundo tenemos al príncipe Arthmael, que se ha marchado de su castillo con ínfulas de caballero andante y salvador. También tenemos a Lynne, una joven que se ha ido, más concretamente ha huido, de un prostíbulo apestoso donde lleva siendo abusada desde los 14 años. Y, por otro lado, a Hazan, un jovencísimo mago con una importante misión que aparece en escena convertido en rana. Un grupo muy variopinto, que, por arte del destino, que a veces tiene ocurrencias muy extrañas, se acaba juntando por intereses comunes.


Juntos, emprenden un viaje por estas tierras fantásticas, de país en país. Al principio, chocan como huracanes. Hay que tener en cuenta que cada uno procede de una realidad distinta. Que el príncipe lo ha tenido todo, ella no ha tenido nada, y el niño hechicero ha vivido siempre entre exigencias que se siente incapaz de satisfacer. Poco a poco, a medida que van cogiendo confianza, y después de unas cuantas discusiones (en las que Lynne es sumamente badass), van desvelando, poco a poco, los secretos que les han llevado a encontrarse en esa situación. 

Mientras tanto, por supuesto, van viviendo un montón de aventuras. Y las cosas empiezan a ponerse peligrosas de verdad. Porque todos los héroes tienen enemigos, y hay gente que, verdaderamente, desea hacerles daño. Y lo mejor es que los villanos también tienen una causa. Es decir, hay malos malísimos, pero que tienen una razón para hacer lo que hacen, aunque sus actos no dejen de ser totalmente injustificables.

Supongo que eso es lo que queda de mí, después del vacío que han dejado mis propios sentimientos al apagarse. Me muevo por instinto, y sé que atacaré por instinto hasta que le vea la cara y la furia vuelva, más fuerte que la razón.
Respecto a los personajes, hay que decir que están bastante currados. En este mundo de fantasía, ellos son reales, son verdaderas personas reales, a las que te crees de pe a pa. Los protagonistas son Arthmael y Lynne. Arthmael, al principio, es un privilegiado ofendido que crea un drama de cada granito de arena. Lynne es una chica sumamente luchadora, y también desconfiada, de ese tipo de personas que intentan ser fuertes, cueste lo que cueste. Hazan, que también es muy importante en la historia, es un tanto inseguro y torpe, pero con un corazón y unos valores de aquí a la Luna, que se gana un huequito en el alma de todos y cada uno de los lectores. A lo largo del libro, evolucionarán e irán ayudándose entre ellos. Tienen un espíritu de equipo que enamora, la verdad. 

Todos tenemos miedo alguna vez. Aceptarlo y enfrentarlo es lo que nos hace valientes.


En cuanto a los secundarios, aparecen unos cuantos, y todos tienen un papel y una importancia que hace posible la historia. Aunque ninguno me ha cautivado especialmente, tengo que decir que Selene e Iria se han superado: odio a Kenan más de lo que nunca odié a Umbridge.

Me mira. Ya ni siquiera me queda desprecio para mirarle con odio. Ya ni siquiera me queda horror. Me estoy vaciando.

Ahora vamos al estilo. La forma de escribir que tienen estas mujeres es preciosa. Tienen un estilo rápido y fluido, que se lee muy bien. Es una de las características de la literatura juvenil, que tanto se esfuerzan en defender las autoras (seguidlas en Twitter si no lo hacéis ya, merece la pena: @iriagparente@SelenePetalos y @iriayselene). Las conversaciones me han gustado especialmente, son muy espontáneas. Sobre todo, me han encantado algunas intervenciones de Lynne, son esas frases ingeniosas y fantásticas que SIEMPRE se te ocurren cuando ya se ha terminado la discusión hace un rato. Y entonces te das golpes contra la pared pensando en lo que podrías haber dicho y lo bien que habría quedado.

No quiero comentar mucho sobre el final, por eso de no hacer spoiler. Pero podría resumirlo todo en la sonrisa bobalicona que tenía en la cara mientras leía las últimas páginas del libro. Esa es la mejor señal de que una lectura ha merecido la pena. 

Las princesas siempre esperan a sus caballeros en los cuentos. ¿Por qué no intercambiar los papeles?

Y dejo para el final lo mejor, el postre, la cremita rica: su mensaje. Tenemos una historia bonita, que se lee bien, con muchísimo gancho y unos personajes muy interesantes, pero pasaría sin pena ni gloria, como tantas otras, si no fuese por su mensaje. "Sueños de piedra" reivindica, ante todo, la independencia de la persona, como un ser individual, capaz de tomar sus propias decisiones, que no tiene por qué renunciar a sus sueños. Rechaza todos los topicazos del amor romántico empalagoso, el "lo daría todo por ti" cambia por "vamos a darlo todo juntos". Reivindica también el feminismo, la igualdad, el respeto hacia los demás... Trata temas muy importantes, que deberían llegar a todas las personas, y lo hace sin ser pesado, sin dar sensación de ensayo político, capaz de calar en adolescentes y adultos. Y esto, en mi opinión, es lo que hace que esta novela sea tan especial.


Y hasta aquí la reseña, literatómanos. Como de costumbre, os invito a comentar si habéis leído este libro, si os ha gustado, si conocíais a las autoras. También abro debate sobre la denominada "literatura juvenil". A mí me parece un género sumamente digno, que no es solamente para adolescentes y que puede transmitir un montón de emociones y de valores a cualquiera. Por supuesto, leer juvenil no implica no leer otras cosas, pero este tipo de literatura está demasiado infravalorado por la "élite selecta de la cultura" (me callo y no digo nada más). Espero vuestras opiniones.

¡¡Hasta pronto, literatómanos!!

Para ser un héroe solo se necesita un corazón valiente.
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domingo, 21 de enero de 2018

Reseña: El abuelo que saltó por la ventana y se largó

¡¡Hola, literatómanos!!

¿Qué tal os va? Yo hace mucho tiempo que no me dejo caer por aquí. La verdad es que en los últimos meses he pasado por una época un tanto ajetreada. Tanto desde el punto de vista personal como el de los estudios. Mucho que hacer, muchas novedades, y muy poco tiempo. No puedo decir que haya sido mala, ¡porque ha habido cosas flipantes! Pero sí estresante. 

Y lo que viene es bastante similar. No me va a sobrar tiempo, incluso aunque acabe de terminar los exámenes, pero intentaré encontrar algún momentito para dejarme caer y escribir algo por aquí.

Hoy os traigo la reseña de un libro que hace bastante que leí. De hecho lo leí en verano (y parece que ha pasado un mundo desde entonces), pero aún no había encontrado un momento para hablaros de él. ¡Espero que os guste!



Título: El abuelo que saltó por la ventana y se largó.
Autor: Jonas Jonasson.
Editorial: Ediciones Salmandra.
Traductora: Sofía Pascual Pape.
Idioma original: sueco.
Año de publicación: 2009.
Número de páginas: 416.



Momentos antes de que empiece la pomposa celebración de su centésimo cumpleaños, Allan Karlsson decide que nada de eso va con él. Vestido con su mejor traje y unas pantuflas, se encarama a una ventana y se fuga de la residencia de ancianos en la que vive, dejando plantados al alcalde y a la prensa local. Sin saber a dónde ir, se encamina a la estación de autobuses, el único sitio donde es posible pasar desapercibido. Allí,mientras espera la llegada del primer autobús, un joven le pide que vigile su maleta, con la mala fortuna de que el autobús llena antes de que el joven regrese y Allan, sin pensárselo dos veces, se sube con la maleta, ignorante de que en el interior de esta se apilan, ¡santo cielo!, millones de coronas de dudosa procedencia.

Pero Allan Karlsson no es un abuelo fácil de amilanar. A lo largo de su centenaria vida ha tenido un montón de experiencias de lo más singulares: desde inverosímiles encuentros con personajes como Franco, Stalin o Churchill, hasta amistades comprometedoras como la esposa de Mao, pasando por actividades de alto riesgo como ser agente de la CIA o ayudar a Oppenheimer a crear la bomba atómica. Sin embargo, esta vez, en su enésima aventura, cuando creía que con su jubilación había llegado a la tranquilidad, está a punto de poner todo el país patas arriba.



¿Por dónde empezar? Este libro es una joyita inesperada. Recuerdo que me lo recomendó una persona diciéndome que era "uno de los pocos bestsellers que merecen la pena". Y es que el mundillo editorial a veces deja bastante que desear, la verdad. El caso es que me picó el gusanillo, ¡y qué bien que mi madre lo tuviese en su eBook! Adelanto que me gustó mucho, me hizo reír a carcajada limpia (habría sido más limpia de no haberlo leído casi todo en público), y me dejó con ganas de más historias similares.

Cuando la vida hace horas extras, es fácil tomarse libertades.

La trama es sumamente original. Ya de entrada, ¿cuántos libros tienen como protagonista a un señor de 100 años? Es más, ¿cuántas personas mayores de 65 son personajes principales de alguna novela? Hay una especie de creencia popular que dicta que a partir de ese edad ya no se puede protagonizar ni siquiera la propia vida. Bien, pues Allan Karlsson, con sus alucinantes ganas de vivir, está decidido a romper la norma.


La historia de Allan es tan alocada como la sinopsis y el propio título lo indican. Salta por la ventana de la residencia de ancianos en la que vive el mismo día de su centésimo aniversario, y se marcha, pasito a pasito, a la estación de autobuses. A continuación, todo lo que vive es tremendamente surrealista

Llevarse una maleta llena de dinero perteneciente a una "humilde" banda de delincuentes le lleva a acabar teniendo que emprender una huida que él nuca se imaginó. En este camino, se le van uniendo personajes tanto y más extravagantes que él. Esa clase de personas que están dispuestas a apuntarse a un bombardeo, y a cambiar de vida tanto como de ropa interior. Y eso me ha encantado. Ver a un grupo de personas que no parecen tener nada que perder haciendo todo tipo de locuras ha sido desternillante. Solo diré que al final entre los compañeros de viaje de Allan se había integrado hasta una elefanta, y que esto no va a ser lo más extraño que les ocurra.

Es preferible no tener a dos organizaciones de asesinos pisándote los talones que tenerlas.

Al mismo tiempo, Allan nos va contando la historia de su vida, que ya por sí misma da para un libro. Porque cien años dan para mucho. Nuestra historia ocurre en el año 2005, lo que quiere decir que Allan ha estado vivo durante casi todo el siglo XX. Y, además, se ha metido en todos los embrollos posibles, que, en esta época, no han sido precisamente pocos. De algún modo, Allan ha sido un genio autodidacta, ha coqueteado un poquito con todos los bandos posibles y ha jugado un papel determinante y secreto en todas las trifulcas que se han metido en medio. Habiendo logrado salir vivo de todo esto, es bastante comprensible que la vejez tampoco haya podido con él.


Algo que me ha sorprendido muchísimo es el relativismo y la simpleza con la que Allan se toma toda su vida. Tanto los horrores en los que ha estado metido, como su propia genialidad. Ha vivido siempre en una pugna continua por sobrevivir, con bastante poco tiempo para aburrirse, y nunca se le ha ocurrido tomarse lo que ocurre a su alrededor como algo personal. Este componente irreflexivo puede llegar a incomodarnos. De hecho, lo haría si el autor no se las hubiera ingeniado para jugar con el lenguaje de tal forma que nos deja de fondo una crítica social increíble.

Mucha gente de origen chino fue expulsada del barco por comunista, y al llegar a China fue acusada de capitalista.

Por otro lado, están la prensa, la policía y el alcalde, haciendo lo que mejor se les da: un show mediático. De hecho, su actitud es lo más creíble de todo el libro, porque no es la primera vez que hacen lo mismo en la vida real. A mí me ha recordado un poco a las especulaciones que tuvimos en España con aquel personaje llamado "el pequeño Nicolás", que, de algún incomprensible modo, consiguió colarse en todos los actos importantes de hace unos cuantos años. Resulta bastante gracioso ver cómo intentan hacer hipótesis complicadas sobre el paradero de Allan, y cómo se resisten a aceptar lo más simplón como lo que verdaderamente está pasando.


En cuanto al estilo, debo de decir que está perfectamente narrado. Pese a estar en tercera persona, es muy directo y carente de construcciones y rodeos complicados, lo que ayuda mucho a meterse en la mente de nuestro protagonista. También permite un ritmo de lectura bastante ágil y rápido, lo que es ideal para quedarte aún más a cuadros con cada giro inesperado que da la trama.

Los personajes secundarios, sobre los que poco puedo decir sin hacer spoilers, son, como ya he comentado, tan extravagantes como nuestro querido Allan. Todos ellos están construidos sobre la base de un cliché, pero, en cuanto los conocemos un poquito más, ese cliché salta por los aires. Nos encontramos a personas sin precedentes, a las que se les acaba hasta cogiendo cariño.

El final me ha gustado bastante. Obviamente, ha sido algo loco, y un tanto precipitado, pero muy merecido y esperado. Cerré el libro cuatro días después de empezarlo, con una bonita sonrisa en la cara y los ojos a punto de salirse de sus órbitas.

Por cierto, me he enterado de que hay una película basada en el libro. No la he visto, pero tiene pinta de ser la perfecta comedia de sábado por la tarde. Aquí os dejo el tráiler, por si os apetece echarle un vistazo. Yo igual me la veo un día de estos, cuando me apetezca reírme un rato.



Y hasta aquí la reseña de hoy. ¡Espero que os haya gustado! Como siempre, os invito a comentar si habéis leído este libro o cualquier otro del autor, si queréis hacerlo, si conocéis alguna otra novela así de loca y estrambótica... ¿Alguien ha visto la película y podría confirmarnos si merece la pena o no?

¡Hasta pronto, literatómanos!

La vida había sido estimulante de principio a fin, pero no hay nadad que dure para siempre, salvo, tal vez, la estupidez generalizada.
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