jueves, 2 de agosto de 2018

BERLÍN

¡Hola, literatómanos!
Como de costumbre, me paso por aquí de pascuas a brevas, aunque estoy preparando unas cuantas entradas para los meses de agosto y septiembre, así que pronto podréis leer alguna cosilla más en este blog.

La entrada de hoy es un poco diferente, porque, después de pasarme medio julio (literalmente) encerrada estudiando, por fin, ¡llevo ya dos semanas de vacaciones! Y estoy disfrutando muchísimo de ellas, de momento, y lo que queda pinta bastante bien. De hecho, la semana pasada hice un viaje a Berlín fantástico con unas amigas maravillosas, y sobre eso va la entrada de hoy. ¡Espero que os guste!

BERLÍN



Lunes, 23 de julio:
Recomendaciones útiles sobre vuelos: viajar a primera hora de la mañana o a última de la tarde para que salga más barato, y evitar, si es posible, volar el fin de semana. Además, saliendo temprano se aprovecha más el primer día, ¡todo son ventajas! Así que, aún de madrugada, despegó nuestro avión en Barajas y, algo más tarde de las nueve, aterrizamos en Berlín. Tras una noche sin dormir en el aeropuerto (malditos reposabrazos de la sala de espera), ya empezaba a notarse el cansancio. Vagabundeamos por la calle hasta que pudimos entrar en el apartamento, y, después de comer, fuimos a hacer la compra (sin encontrar la famosa máquina que te da 20 céntimos por botella de reciclaje, pero debía de estar).

Después, dimos un paseo en el que, entre otras cosas, visitamos la famosa Torre de la Televisión, el Ayuntamiento Rojo y el precioso Nikolai Viertel, o barrio de San Nicolás. Es un barrio súper cuqui, con un encanto impresionante y lleno de edificios bonitos, tiendas de recuerdos y calles y plazoletas por las que fácilmente puedes imaginarte a un duende dándose un paseo.


También aprovechamos para pasear por la vereda del río, un sitio con muy buen ambiente y unas vistas preciosas del atardecer. Y, de paso, encontrarnos 452 obras, porque Berlín en verano es una ciudad completamente plagada de obras.

Martes, 24 de julio:
Sin la excusa del agotamiento del viaje, y con bastante calor (me acordé de todas las personas que me dijeron que en Alemania iba a hacer fresquito), tocaba empezar el turisteo de verdad. Y empezó, lógicamente, con un Tour por el barrio céntrico y monumental de Berlín. Yo, que le tenía un poco de miedo a las visitas guiadas (me he topado con unos cuantos guías bastante aburridos), acabé aprendiendo y disfrutando muchísimo. Nuestra guía era dinámica y bastante agradable.

Empezamos viendo la famosísima puerta de Brandemburgo, con la diosa de la Victoria mirando a la Plaza de París. Una plaza curiosa, la verdad, la más emblemática de toda la ciudad, donde los berlineses protestan y celebran lo bueno y lo malo. 

También visitamos el Memorial del Holocausto, un conjunto de miles de bloques de piedra de distintos tamaño y dimensiones, del que se han dado todo tipo de interpretaciones.Al principio, parecen tumbas en las que puedes sentarte (lo que está prohibido es ponerse de pie), pero a medida que vas avanzando, las piedras se hacen más y más altas, superando con creces la altura de una persona. No se ve la luz del sol, y, a veces, tampoco a las personas con las que vas. Muy impresionante, la verdad. 

Recorriendo el Memorial

Después, seguimos paseando por la ciudad, hasta que llegamos a los restos del Muro de Berlín. Hay varios trozos conservados por la ciudad, y este, en concreto, está al lado de una exposición llamada "Topografía del Terror", de la que ya hablaremos más adelante. Está tal y como quedó, después de que esa noche de 1989 la gente se tirase encima de él con picos, palas y unas ganas impresionantes de libertad y reencuentro con sus seres queridos. 

La siguiente parada fue el Check-Point Charlie, otro punto imperdible. Por ahí era por donde, quienes tenían visado (los berlineses nunca lo tenían), podían pasar de un lado a otro del muro. Ahora hay una cuantas banderas, unos señores disfrazados de soldados estadounidenses y rusos dispuestos a hacerse fotos contigo a cambio de uno de tus riñones, y unas fotos de los verdaderos soldados colgadas de los cables de la luz.

Después de visitar toda esta zona, y de hablar mucho de nazis, soviéticos y la Alemania dividida de posguerra, fuimos a la zona más antigua, que resultó ser mucho más bonita de lo que esperaba. La Plaza de la Tolerancia se convirtió, ipso facto, en uno de mis lugares favoritos, con su palacio de la ópera y las dos catedrales gemelas, una en frente de la otra. Es que, hace mucho tiempo, en Berlín hubo un rey que se dedicaba a atraer a la gente perseguida por motivos religiosos en otros países, y a embellecer la ciudad construyéndoles catedrales. Es una plaza monumental, que impone y enamora al mismo tiempo.
Panorámica de la Plaza de la Tolerancia
También vimos la Plaza de la Intolerancia, que está bastante cerca, y que se llama así porque fue el escenario de la penosa quema de libros a manos de los nazis. Los sacaron del Archivo de la Universidad, que está en esa misma plaza, y los quemaron en medio de la plaza. Cuando recorres Berlín, es imposible no encontrarse con este tipo de cosas. Berlín es un libro abierto de la memoria histórica. 

También pasamos por la sede de una Universidad, un edificio precioso con muchas esculturas, y por una obra que lleva ahí desde los años 90. La última estación fue la Catedral de Berlín, un edificio precioso con su correspondiente andamio en una de las torres (como no), en cuya cúpula está la cripta de la familia que "fundó" Berlín. Es un lugar precioso, con una fuente en frente en la que los niños suelen bañarse. Por cierto, algo que envidiar a los niños alemanes es la posibilidad de bañarse en una fuente.

Por la tarde, ya sin guía y por nuestra cuenta, después de esta sesión tan interesante, pero espesa, de historia, visitamos el antiguo barrio judío. Salvo un callejón (os hablaré de esto más adelante, porque tiene una historia flipante), ahora está lleno de tiendecitas muy cucas, una zona muy comercial y con edificios muy elegantes. Pero, como recuerdo de lo que pasó, en muchos lugares podemos encontrar unas plaquitas doradas con nombres y apellidos: están en frente de las casas donde vivieron los judíos asesinados.
Berlín es la ciudad de la Historia, y también de la Memoria.
Estuvimos callejeando por la zona, e intentando visitar algunos edificios interesantes, como una sinagoga y una iglesia, pero no fue posible: nos encontramos con el obstáculo de los horarios alemanes: a las seis de la tarde, se acaba el horario de visita en muchísimos lugares. Así que no nos quedó más remedio que seguir recorriendo las calles, que no tienen ningún desperdicio, e incluso aprovechamos para entrar en una librería gigante donde, además de libros, vendían miel, comida, recuerdos y, prácticamente, todo lo imaginable.

Miércoles, 25 de julio:
Os había hablado ya de la "Topografía del Terror", una exposición sobre la represión y propaganda nazi situada entre los restos del muro de Berlín. Fue nuestra primera visita del miércoles, y lo cierto es que es imperdible. Se pueden ver los carteles de propaganda nazi, cómo fueron convenciendo y atemorizando a la población alemana, cómo sembraron el odio... Y, todo esto, sin justificar en absoluto a estos seres detestables. Algo que me llamó especialmente la atención fue oír la grabación de un juicio en época nazi, que, básicamente, se basa en un señor gritando en alemán como un verdadero poseso, y no permitiendo al acusado pronunciar una sola frase seguida.


Después, fuimos a Postdamer Platz, una plaza que estuvo dividida por el muro de Berlín, del que quedan cuatro trozos, decorados por grafitis bonitos, grafitis no tan bonitos y, sobre todo, chicles pegados. Hoy es un lugar emblemático de Berlín, donde se encuentra, entre otras cosas, el primer semáforo, que ya no funciona como tal, pero que es bastante bonito. Es otro lugar muy turístico y bonito, donde las fotos, por cierto, quedan preciosas.


Antes de comer, volvimos a pasarnos por el Memorial del Holocausto, para visitar el centro de documentación que hay debajo de las piedras. Es sobrecogedor, con cartas de judíos a sus seres queridos, testimonios reales y bastante información que está en dos idiomas: inglés y alemán. Por cierto, con el inglés puedes defenderte muy bien por Berlín. Nunca subestiméis el poder de este idioma a la hora de viajar por Europa.

Por la tarde, después de comer, empezamos la que sería una de nuestras principales actividades durante el viaje: visitar parques. ¡Y qué parques! Porque son parques interminables, verdaderos bosques en el corazón de la gran ciudad, cargados de monumentos y de paisajes de postal. El primero fue Tiegarten, con la emblemática columna de la Victoria, y Memoriales de otras víctimas del genocidio nazi: homosexuales, gitanos, discapacitados... Todo en un parque verde y frondoso que, en esos momentos, tenía una clarísima ventaja: los árboles y la sombra que nos dan.

El Memorial del Pueblo Romaní, que me pareció especialmente entrañable.
También en ese parque hay un Memorial a los soldados soviéticos caídos en la batalla de Berlín. De verdad, es imprescindible visitar los monumentos soviéticos de esta ciudad, porque son absolutamente impresionantes, imponentes. Y, para ello, tuvimos que practicar algo en lo que ya teníamos algo de experiencia: cruzar la calzada "a lo inmortal". En Berlín encontrar un semáforo o paso de peatones es misión imposible, aunque, por fortuna, no hay mucho tráfico. Eso sí, ¡ojo con las bicicletas!
Vista panorámica del imponente monumento soviético de Tiegarten.
Después, cogimos el metro para llegar a otro parque emblemático: Treptower Park. Allí es donde está el gran monumento de guerra soviético, que es todavía más impresionante (y menos visitado) que el anterior. Está cargado de simbolismo, y todavía hay flores frescas a modo de homenaje.


Aprovechando el billete de metro, llegamos hasta la East Side Gallery, o, en lenguaje coloquial, el "muro de las pintadas". Es ahí donde están algunos de los grafitis más conocidos del mundo, un grito a viva voz en favor de la paz y de la convivencia, y en contra de nazis, divisiones  guerras. En definitiva, es un refugio de buen rollo, y merece la pena recorrerlo y meterse e ese ambiente. Por cierto, además de grafitis muy artísticos, hay pintadas más normales, y hay gente que aprovecha para firmar y dejar su mensaje, cada uno en su idioma natal.


Terminamos el día cenando una hamburguesa en un lugar llamado Burguer Meister. Dicen que son las mejores hamburguesas de Berlín, y, tras probarlo, yo me lo creo. Eso sí, tienen otro récord: la cola más larga que he esperado en mi vida para comerme una hamburguesa. Por cierto, no es nada caro.

Jueves, 26 de julio:
Quizá este fue el día más duro de todo el viaje, porque la visita de esa mañana es de las que te dejan, emocionalmente, tocada. Al mismo tiempo, es muy necesaria e interesante. Estuvimos en el campo de concentración de Sachsenhausen, situado en la ciudad de Oranienburg, a unos 40 km de Berlín. Fue una visita guiada, con un guía que era completamente incansable.
"El trabajo os hará libres". Ya, sí, claro.
Lo primero que quiero decir es que Sachsenhausen no es Auswitch, no vais a encontraros un cubo lleno de pelo ni otros elementos especialmente morbosos. Pero es importante, porque fue el primer campo de concentración, el modelo de todos los demás, y cada detalle está diseñado para anular por completo la voluntad y la moral del prisionero. Fue liberado por los soviéticos en 1945, cuando ya se había convertido por completo en un campo de exterminio, y siguió funcionando como un campo de concentración soviético hasta 1950. Después, se convirtió en un vertedero, donde la gente iba a buscar ladrillos para hacerse su casa, hasta que a alguien se le ocurrió recuperarlo para honrar a quienes habían sido asesinados en él. Y para recordar que eso no debe volver a suceder.

La visita es atroz. Ver las condiciones en las que llegaban a vivir los prisioneros, las máquinas de matar sistemáticamente sin tener que mirar siquiera a los ojos de la víctima, enterarse de tantos detalles, del nivel de sadismo al que llegaron los nazis. De la jerarquía que había entre los propios prisioneros, y de cómo la población general fue acostumbrándose a vivir con el horror por vecino.

Salimos de ahí cubiertas de sudor, cuestionándonos muchas cosas y con el corazón encogido. Porque no, no podemos permitir que vuelva a pasar algo así. Por cierto, si pretendéis visitar un lugar así, no os dediquéis al postureo sin sentido. Sé que es historia y es pasado, pero es bastante "chocante" ver a una persona haciéndose fotos con los restos de un crematorio de fondo. Por favor, no lo hagáis.

Después de esto, decidimos ir a uno de los lagos que hay en medio de la ciudad, para darnos un baño refrescante. Tras haberme pasado medio julio estudiando, puedo decir que mi primer baño del verano fue en un lago de Berlín. Y que el agua está más calentita que en Sanabria o en nuestros mares del Norte. Si hay algo que me encantó de esta ciudad es la facilidad para encontrarte un remanso de naturaleza en medio de todo.


Al atardecer, estuvimos en el aeropuerto de Tempelhof. Es un aeropuerto abandonado, cuyas pistas se han convertido en un parque donde la gente puede ir a cantar, pasear, hacer deportes y volar cometas. Y es que tiene que ser flipante patinar por una pista de aterrizaje que aún conserva las líneas y pinturas correspondientes. Fue uno de los mejores anocheceres que he visto nunca, y es un lugar que os recomiendo encarecidamente que visitéis. Un paseo por ahí merece la pena.

Pasear por las pistas es una experiencia inigualable.
Terminamos cenando en el Curry 36, donde, por fin, probamos las salchichas alemanas. Está en un barrio que no es demasiado turístico, y siempre que viajamos está muy bien salir de la zona más céntrica y visitada de nuestro destino. Aunque solo sea un poco. Permite entender un poco más el lugar al que estamos viajando.

Viernes, 27 de julio:
Teníamos reservada la visita al Museo del Pérgamo. Es un museo muy recomendable, y, si alguien pretende ir, recomiendo reservar siempre la entrada por Internet, con fecha y hora. No tiene coste adicional, y permite evitar la cola interminable a pleno sol.

Me habían hablado del Pérgamo como "el Louvre de Berlín". Es un museo de historia antigua, donde puedes ver colecciones de arte griego, mesopotámico, islámico... Me llamaron especialmente la atención la puerta de Babilonia, el mercado de Mileto y la habitación de Aleppo. También hay collares de piedrecitas, vasijas, esculturas más pequeñas e incluso un taller para los niños. Otra cosa es que me sorprendió fue encontrarme unos cuantos azulejos de la Alhambra en exposición. Aunque no es de extrañar, ¡es una de las Maravillas del Mundo!

El mercado de Mileto.
Es bonito, pero me supo a poco por no poder visitar la zona más bonita y conocida: la galería del Pérgamo y el altar de Zeus. ¿La razón? Bueno, estaba en obras. ¿He dicho ya que Berlín en verano es una obra gigante?

Cuando salimos de allí, seguimos pateando las calles de Berlín, y llegamos hasta el centro de documentación del Muro. Lo mejor fue subir a la azotea, desde la que se puede ver un pedazo de muro conservado tal y como estaba. Quiero decir, el doble Muro y la temible franja de la muerte, con su torreta de vigilancia y sus farolas. Y me resulta extraño pensar que todos los berlineses de mi edad hayan crecido con historias de sus padres sobre una ciudad en medio de la cual había una frontera infranqueable.

La zona soviética sería la del fondo, donde la Torre de la Televisión; la occidental, la de tranvía. Entre los dos muros, la franja de la muerte.
Nuestra siguiente parada fue la Torre de la Televisión, en Alexander Platz. Ya la habíamos visto el primer día (realmente, se ve continuamente, desde cualquier lugar, no en vano es el edificio más alto de la UE), pero, en esta ocasión, íbamos a subir. Para que os hagáis una idea de lo alta que es, en el ascensor sientes una sensación parecida a la del despegue y aterrizaje de un avión. Desde arriba, se ve todo Berlín, desde todos los ángulos posibles. Y, algo más arriba, hay un restaurante giratorio donde, si estás dispuesto a arrancarte un ojo de la cara, puedes tomar algo mientras disfrutas del panorama. Sobra decir que nosotras no lo estábamos.
Las vistas desde la torre
Finalmente, nos dimos una vuelta por la Alexander Platz, aprovechamos para entrar al Primark, visitar el famoso reloj mundial y el mercadillo que había montado por allí. Es una plaza ideal para pasar un rato tranquilito, comprar recuerdos y disfrutar del ambiente. Por cierto, había por allí actuando un mago en un perfecto espanglish, porque los españoles, turistas o no, abundamos en Berlín.
Reloj mundial
Por la noche, aprovechamos para dar un paseo por las calles de Berlín, y ver la emblemática puerta de Brandemburgo de noche. Por la plaza de París, a esas horas, puedes encontrarte los más curiosos transportes para turistas: desde coches de caballos con luces, hasta una especie de cama a pedales. Hay muy buen ambiente, bastante gente y, además, refresca, lo que, en pleno julio, es de agradecer.


También llegamos a la Postadmer Platz, para visitar el Sony Centre, con su cúpula que se ilumina y va cambiando de color. Las calles y edificios de Berlín de noche, con sus luces y alumbrados, merecen, sin ninguna duda, una visita.


De vuelta a casa nos dimos cuenta de que el montón de gente sentada en los bloques de piedra del Memorial del Holocausto no estaba, simplemente, tomando la fresca. Estaban disfrutando del famoso eclipse de la Luna de Sangre, en uno de los pocos lugares céntricos donde el lucerío no impedía poder verlo. Así que decidimos unirnos a ellos y contemplar el eclipse desde un lugar tan peculiar. Desde luego, fue una bonita experiencia.

La Luna de Sangre.

Sábado, 28 de julio:
Si bien Berlín es una ciudad con su encanto, y sumamente interesante desde el punto de vista histórico, es cierto que, quizá, no sea la ciudad más bella y preciosa de Europa. Por eso, el sábado visitamos Postdam. Postdam es una pequeña ciudad a unos cuantos kilómetros de Berlín, llena de palacios y jardines que merece la pena ir a ver.


Recorrimos interminables senderos y caminos, yendo de unos jardines a otros. Me gustó especialmente la Casa China, tiene un encanto inigualable. Entrar dentro de los palacios implica pagar una entrada, y nosotras solamente entramos en uno de ellos: el palacio de Sanssouci. La decoración es espectacular, y me llamaron especialmente la atención las habitaciones de invitados. Fue construido por Federico II el Grande, un rey de Prusia con una gran inclinación hacia las artes. Tristemente, no tengo fotos, porque, para poder hacerlas, es necesario pagar un precio especial.

La Casa China, resplandeciente.
Por la tarde, teníamos reservada la hora para subir a la cúpula del Reichstag (Parlamento alemán). Esa hora coincidió con la única tormenta que vimos en todo el viaje. Pero, ¡menuda tormenta! Durante unos minutos, llovió como si tirasen agua con cubos desde el cielo, y esto provocó que se cancelara el Orgullo LGTB, que se estaba celebrando justamente al lado del Parlamento.

Así que salimos del metro a contracorriente, mientras gran parte de la gente que estaba en el Orgullo entraba corriendo a refugiarse de la lluvia, y corrimos a toda pastilla hasta entrar en el Reichstag, donde hay tantos controles de seguridad como en un aeropuerto. Encima de la sala de plenos, hay una cúpula transparente por la que se puede subir e ir contemplando las vistas de todo Berlín. La subida es gratuita, pero hace falta pedir cita para poder ir, y que todos los miembros del grupo lleven el DNI. 

La pena fue que, debido a la lluvia, las vistas eran un poco borrosas, pero, aún así, podían apreciarse la mayoría de los edificios. Eso sí, los relámpagos de fondo le daban un aire único y algo sobrecogedor, que también tiene su encanto. En el centro de la cúpula hay una columna llena de espejos, y, si miras hacia abajo, pueden verse los asientos de la sala de plenos. También se puede salir a una especie de terraza, desde la que también se aprecian unas vistas interesantes.


Después de esto, intentamos llegar hasta el Orgullo LGTB, para apoyar la reivindicación y ver el ambiente, pero, por culpa de la lluvia, y aunque ya había escampado, apenas quedaba nada, más allá de unos pocos borrachos, las ambulancias y coches de policía. Que, por cierto, el volumen de las sirenas provoca dolor de oídos cada vez que se acerca un vehículo de emergencias en Berlín.

Domingo, 29 de julio:
Nuestro último día en Berlín. Nos desplazamos hasta la zona de Charlottenburg para visitar varios lugares interesantes. El primero de ellos fue la Iglesia Memorial Kaiser Wilhelm. Esta iglesia quedó destrozada por las bombas de la II Guerra Mundial, y ahora se ha convertido en un museo. El culto luterano ha quedado trasladado a un edificio más nuevo justamente al lado.

También hemos aprovechado para pasarnos por el Hard Rock Cafe, y también hemos encontrado una tienda de Navidad. Sí, estaba abierta en pleno julio. Los berlineses adoran la Navidad, y en esas fechas celebran uno de los mercados navideños más espectaculares que existen. Pero, incluso en días de verano, no falta algún tipo de referencia a la Navidad en la calle.

Tiendecita navideña.
Después, llegamos hasta el palacio de Charlottenburg, un gigantesco edificio monumental que también tiene unos bonitos y amplios jardines, con sus fuentes, su estanque y muchísimas esculturas bonitas. No accedimos a su interior, para lo que es necesario pagar una entrada. Por suerte, los exteriores son gratuitos.


Comimos en Mauer Park, un parque donde cada domingo se celebra un gran mercadillo. Además de todo tipo de puestecillos, podemos encontrar a muchísimos artistas callejeros, espectáculos, gente bailando... En definitiva, un lugar muy alegre y divertido, de muy buen rollo, al que los berlineses acuden para relajarse en su día libre.

Por la tarde, teníamos reservado un tour alternativo por Berlín. Nunca había hecho algo así, y ni siquiera sabía que podía esperarme. Nos encontramos un recorrido por la historia del movimiento okupa de Berlín, muy influenciado por la construcción y posterior caída del Muro, y nociones sobre la capital del tecno y la fiesta berlinesa. Tristemente, no hubo tiempo para conocer la fiesta de Berlín en primera persona, porque todas las noches estábamos demasiado agotadas.

Visitamos de nuevo el barrio judío, que, tras la construcción del muro, fue un barrio alternativo lleno de okupas, artistas y gente relacionada con el mundo de la cultura. Ahora es un barrio bastante lujoso, y de esa historia solo queda un callejón lleno de grafitis, algunos de ellos bastante espectaculares. El arte callejero, ese precioso desconocido.

Callejón alternativo del barrio judío
También pasamos por las puertas de distintos clubes de tecno de la ciudad, y aprendimos la regla básica de la fiesta berlinesa: a peor pinta tenga un lugar, mejor estará por dentro. Además, si quieres ser admitido en un club de tecno, debes de aprenderte el DJ y la fiesta que hay esa noche, ir en grupos de menos de tres personas y tapar la cámara de tu móvil, porque dentro está prohibido hacer fotos.

Lo último que visitamos fue el barrio turco, un barrio muy sensible con ciertos temas sociales. Por allí, además de ver varios grafitis (muchos de ellos muy críticos con nuestra sociedad), pudimos observar cómo está cambiando la ciudad, y cómo los berlineses luchan por evitar que ciertos cambios amenacen el modo de vida de las personas más vulnerables.

Última vista del tour alternativo.
En resumen, una forma de darte cuenta de que, además de una ciudad donde hay turismo, Berlín es una ciudad que está viva.


Globalmente, ha sido un viaje muy completo y muy interesante, que nos ha permitido descubrir desde lo más turístico hasta otros lugares menos concurridos. Y que tenía muchas ganas de compartir con vosotros. ¿Un consejo? Siempre que podáis viajar, hacedlo. Y, siempre que viajéis, no os olvidéis de intentar comprender vuestro destino.

Como de costumbre, os invito a comentar si os ha gustado esta entrada, y si os gustaría ver más cosas así en este blog. ¿Alguno de vosotros ha estado o planea estar en Berlín? ¿Y estáis preparando algún viaje para estas vacaciones?

¡Hasta pronto, literatómanos!

P.D. Las fotos son propias, ¿os gustan?
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