¡Hola, literatómanos!
Hoy, día 20 de noviembre, se celebra el Día Internacional del Niño, coincidiendo con el aniversario de la Declaración de los Derechos del Niño por la ONU. Derechos que, huelga decir, no siempre se cumplen, por desgracia, y que son fundamentales para construir una sociedad sana. Mafalda explica muy bien en qué consisten en esta página.
Por esa razón, hoy os traigo un relato especialmente dedicado a ellos. En memoria de todos esos niños a los que les roban el bien más preciado que tienen: la infancia.
Confesiones del Tiempo
Me columpio continuamente en las varillas del reloj, me temes y me deseas simultáneamente. Voy cambiando todo lo que me rodea, poco a poco, con pequeños detalles, pero soy implacable. Y, cuando menos te lo esperes, te habré atravesado, dejando surcos en tus mejillas y volviendo tu pelo blanco. Te voy esclavizando un poco más cada día y, cuanto más me necesitas, más rápido me escapo.
Los únicos que me sacan de quicio son los niños. Los niños con sonrisas radiantes donde me congelo. Que son capaces de olvidarse de mí para dedicarse por completo a ellos, que me dilatan hasta el infinito en sus largas tardes de ocio. Sí, son ellos a los que más futuro les queda, y los únicos capaces de vivir como si no hubiera mañana. A ese don es a lo que llaman infancia.
Pero siempre me acabo vengando de todos. Un día, se mirarán al espejo y verán que no pueden seguir ignorándome. Que estoy comenzando a marcar sus cuerpos, que cada vez me necesitan más y más. Durante el resto de sus vidas, nunca seré suficiente, y solo al final comenzaré a sobrarles.
Me encanta. Me encanta cuando van descubriendo que existo, y me dejan llevarme su niñez conmigo. Se la voy quitando, poco a poco. Es sencilla y pura, muy refrescante, siempre con algún poso de amargura. Deliciosa.
Sin embargo, a veces me pasa algo perturbador. Me ocurre con niños explotados, con el cuerpo marcado por miles de abusos; con niños floreros, que han sido desprovistos de su interior para recargar su superficie, y con algunos que llevan un arma maldita en la mano. Paso por ellos cientos de veces, buscando y buscando, sin encontrar absolutamente nada. Me quedo con las manos vacías.
Solo una pregunta, la única que resuena en mi eterno y aleatorio ser: ¿dónde están? ¿Quién se lleva esas infancias, quién se las arrebata antes de que pueda quitárselas yo?
Le dedicaría esta canción a todos los niños que están, ahora mismo, llorando en el mundo.
Y esto es todo. Espero que os haya gustado el relato, os invito a comentar vuestra opinión sincera sobre él. ¿Os parece necesario celebrar un Día Internacional del Niño? ¿Creéis que sirve de algo?