viernes, 22 de mayo de 2015

Relato: El polvo blanco.

¡Hola, literatómanos!

La entrada de hoy es un poco diferente. Lo cierto es que escribo desde pequeñita, relatos más o menos pequeños, y tengo empezado algún proyecto más grande. Nunca me había atrevido a hacer nada público, pero hoy he decidido compartir con vosotros este relato. ¡Disfrutad de la lectura!

El polvo blanco.

Vuelvo del parque, camino del hogar, agrio hogar. No somos una familia feliz, ya no. Los vecinos me miran cuando atravieso la calle. Para ellos, yo soy solo “la niña”, la pobre niña. Solo dejo de ser la niña cuando cruzo el umbral de mi casa.

Dejo de ser la niña cuando, cada día, encuentro a mamá llorando sobre un marco de cristal. A papá no le gusta el marco. Dice que es demasiado marco para una foto del hermano. A papá tampoco le gustan las lágrimas de mamá. Antes, cuando se fue el hermano, siempre evitaban que yo las viera. Ahora, a mamá ya le da igual. Le da igual todo. En casa no soy la niña, porque mamá está vacía.

Cenamos. Sin decir palabra, en silencio. Engullimos la sopa sin saborearla. Tensos, esperando, sabemos lo que puede pasar, lo que suele pasar. No encendemos la tele, porque la tele está rota. La rompió el hermano el día que se fue. Ese día también nos rompió a nosotros.

Pasa. La puerta se abre y oímos sus pasos. Papá sabe que es el hermano; mamá, en la lejanía, donde flote su conciencia, lo intuye. Solo yo lo siento, yo siento al hermano, y lloro porque es una sensación desagradable. Papá sale tras él, pero él se marcha rápido. Ha robado, esta vez ha sido el móvil de mamá. Siempre le roba a ella, no creo que sepa que, cada vez que le roba, también me roba a mí un pedacito de niñez. Ya casi no soy la niña. Y estoy a punto de dejar de serlo para siempre.

Papá vuelve a la mesa, derrotado. Encuentra a su mujer en pie, ella le mira sin verlo. Me cuesta encontrar a mamá en esos ojos, quizá porque mamá ya no está ahí. El cuerpo de mamá, movido por una fuerza superior, abandona la casa a toda prisa. Lleva el cuchillo del pan en la mano. Papá corre tras ella, aterrorizado. Yo les sigo. Lloro, porque aún siento al hermano.

Afuera, los vecinos han salido de sus casas. La acera frente a nuestra casa está manchada de rojo. Sangre. Sangre de una chica menuda cubierta por una chaqueta gris. El cuchillo está en el suelo. Mamá tiene las manos manchadas y la mirada más perdida que nunca. Papá está lívido, y el tiempo parece haberse detenido. Pronto, las sirenas ulularán volviéndolo a poner en marcha.

Mamá ha matado. El hermano huye calle abajo. En la chaqueta de la chica, hay una bolsa de polvo blanco. El polvo nos ha robado al hermano, nos lo ha robado todo.

Un coche recorre la calzada, se detiene un segundo. En su interior, un mafioso se lamenta por el género. Lo oigo insultar a la muerta en voz baja. Demasiado sensible, dice. Cometió el error de querer saber de más.

El coche se va y yo dejo de ser una niña por la que sentir pena. 


Y esto es, literatómanos. Un relato brusco y rápido, espero que os haya gustado, y, como siempre, os invito a comentar y darme las más sinceras opiniones.
¡Hasta pronto!

6 comentarios:

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